Varias personas
se acercan a un hombre,
que arrodillado en la playa
se esfuerza
por amontonar la arena,
para darle
una forma determinada.
Los espectadores observan
interesados en silencio,
preguntándose
qué hará el hombre
y qué será la figura
que parece estar creando,
mientras que otros
siguen su camino indiferentes.
Entre todos ellos, la arena,
la orilla del mar,
el calor del verano
y el cielo azul.
Todos sus cuerpos respiran,
bombean sangre
y se mantienen en pie
alrededor de la figura.
Y los pensamientos
de cada uno la comparan
con todo lo que conocen,
tratando de averiguar qué es.
Unos buscan
construcciones parecidas
que hayan visto,
otros formas de animales
y algunos más tratan
de asociarla a objetos
cotidianos que conocen.
De pronto, el hombre
dice que es
una montaña de arena.
Cada espectador
identifica ese nombre
entre sus conceptos
y comprende.
Ahora todos comparten
la playa, el cielo, la arena,
el mar y además
la montaña de arena.
Entonces unos
la observan interesados
y otros le retiran
la atención y se van.
Así creamos
con el pensamiento
mundos que podemos
llegar a compartir.
Y así los sumamos
al nuestro
o los rechazamos,
siempre sobre
un mismo mundo
de arena, de cielo
y de mar.