Todos conocemos nuestra
verdadera naturaleza.
Porque todos sabemos
que estamos viviendo.
Pero no
la reconocemos.
Y si lo hacemos,
no la confirmamos como
nuestro verdadero hogar.
Por eso, nos identificamos
con la persona y el cuerpo.
Y los pensamientos
nos arrastran a vivir
en la incertidumbre
de un mundo
aparentemente objetivo
y real.
Cuando en realidad,
todo es solo
un juego de reflejos
y apariencias.
Cuyos estímulos constantes,
nos mantienen distraídos
de lo que
verdaderamente somos.
Plenitud sin mancha,
dicha eterna,
alegría sin objeto
y paz sin par.