Es como si todos supiéramos
ya la verdad última,
que no es un conocimiento,
sino lo que somos.
Y la ignorásemos,
para poder jugar
el juego de la vida.
Pasado un tiempo,
en la muerte
la recordaríamos
y sabríamos cómo puntuar
la partida jugada.
Todo aquél que
funda una doctrina,
una religión, una disciplina,
una práctica o un camino
en cualquier área
de la vida humana.
Ha perdido el juego,
al igual que todos
los que le siguen.
Por atascarse
al creer que había algo
en algún lugar.
Que no fuera
su propia imaginación
creando ilusiones
sin cesar.
Incluso detenerse
a creer esto,
nos descalificaría.
Pues el juego
consiste en ignorarlo.
Y seguir percibiendo al acaso
sin detenerse jamás,
ni conservar
nunca lo percibido.
Así, las creencias
más profundas
son ilusiones
al borde del vacío.
Y sus creadores,
ilusos malos jugadores
que arrastran a otros
en sus desvaríos.
A limitar sus experiencias
en el juego,
encerrados por error,
temor o credulidad.
En ilusorias aparentes
construcciones ajenas.