Aprendemos a percibir
el mundo
como nos lo han descrito.
Y a fuerza de insistir,
acaba funcionando
como nos dicen
que funciona.
Hasta que nos
quedamos atrapados
en la realidad subjetiva,
que nosotros mismos
nos encargamos
de continuar trenzando.
Al final, es la repetición
de patrones de pensamiento
y hábitos de comportamiento,
lo que identificamos
como nuestra persona.
Originando los deseos,
apegos y rechazos,
que nos guían
en nuestra lucha
por lograr la felicidad.
Podemos modificar los hábitos,
cambiar las creencias,
adquirir nuevos conocimientos
y hasta seleccionar
los pensamientos.
Para poder sentir y actuar
de manera diferente,
modificando así interminables
veces de mundo.
Pero solo estaremos aceptando
descripciones distintas,
impermanentes y con el tiempo,
insatisfactorias todas.
La clave es darnos cuenta
de que el sujeto,
cuya intención atraviesa
todas estas vidas distintas,
o permanece atrapado
en la que otros
le montaron desde niño.
No ha existido jamás
como entidad estable
y permanente,
custodio de nuestra
historia personal completa.
Sin darnos cuenta
vivimos pensando,
pero no es
imprescindible vivir así.
También podemos
reconocer nuestra
verdadera naturaleza,
por fuera de los pensamientos.
Y dejando a la mente
original a cargo de todo,
disfrutar sencillamente
del devenir.
Al final, todo se funde
en una misma cosa,
que parece tratar de llegar a ser
sin conseguirlo jamás,
porque ni siquiera
lo intenta.
Y donde todo
es simplemente lo que es
sin esfuerzo.