Desde pequeños,
nos enseñan, aprendemos
y experimentamos.
Y al conjunto de todos nuestros
conocimientos adquiridos
y hábitos, lo identificamos
con lo que somos.
Nos dicen que
el karma de nacimiento,
es nuestro temperamento.
Lo aprendido, desarrolla
nuestro carácter.
Y este, en contacto con el medio,
define nuestra personalidad.
Así que le ponemos
nuestro nombre
y creemos ser siempre así.
Pero ese es nuestro personaje
en el pensamiento conceptual.
Cuando retiramos
el interés y la atención
de todos los pensamientos,
podemos reconocer
nuestra verdadera naturaleza,
la no dualidad.
Y dejar a la mente original
a cargo de todo, mientras
vivimos en plenitud,
dicha y paz.
Con el tiempo,
el hábito fundamental
de vivir sólo persiguiendo
los pensamientos,
se revierte y es como
si estos no estuvieran.
Aunque el personaje siga allí,
nos despojamos de la carga
de lo aprendido de más.
Serenos y fundidos con
las experiencias del momento.