No sabía que vivía
atrapado en el pensamiento,
interpretando el mundo
a su través.
Porque no había conocido
otra forma de vivir,
aunque sí intuía que existía,
sin saber cuál o cómo era.
Y aunque entre
las muchas enseñanzas,
algunas provienen de quienes
sí han reconocido
su verdadera naturaleza
y está allí claramente escrito.
Nunca lo comprendí,
y retirar la atención
de todas mis preguntas
y dudas sobre
mi identidad real,
jamás fue para mí un camino
válido para su solución.
Pensé y pensé,
sugerí esto y aquello
y fui desechando
durante meses
cada propuesta
e idea del pensamiento.
Hasta que llegó un momento,
en que solo eso me obsesionó
y el resto de mi vida
apenas me interesaba.
Y un día, me encontré
frente a mí mismo,
preguntándome cómo yo
podía estar buscándome a mí,
si el que buscaba era ya yo.
Cómo podía ser
a la vez el buscador
y el buscado.
Entonces, sin esperarlo,
repentinamente me sentí
liberado y feliz,
siendo uno con todo.
Cada detalle de
mi entorno brillaba
como percibido
por primera vez.
Y la interpretación,
junto con mis preguntas
y dudas, había callado.
Tres o cuatro días después,
el pensamiento regresó,
pero ahora observado,
calmado y ajeno.
Y pude interpretar,
que se había parado
o mi atención
lo había ignorado,
cuando me experimenté
como parte de todo.
Y que esa es mi
verdadera naturaleza,
entre el resto de las formas
de la existencia
con las que la comparto.
Si quien se busca
acepta mi consejo
y lo entiende,
se retirará
de los pensamientos
sin más.
Pero si no,
tendrá que buscar
una respuesta intelectual,
hasta que por extenuación
se abra paso,
como me ocurrió a mí.
Depende de la fuerza
y la intensidad
de nuestra intención.
Que salgamos por el
extremo del pensamiento,
por el de retirarnos de él,
o por ninguno y sigamos
buscando la felicidad
en nuestro vestido,
nuestra pareja, nuestro coche
o nuestro reloj soñados.