Las emociones no dañan cuando aparecen,
cuando llegan y se sienten bien dentro,
cuando se viven como si nada
en el mundo importara más.
Pronto pasan y se van.
Lo que impide su desaparición
es no aceptarlas, rechazarlas,
negarlas o bloquearlas.
Tratar de enterrarlas
en el último rincón
de nuestro interior.
Entonces comienzan
a luchar por brotar
y procurar liberar su fuerza
en busca de su propio
reposo final.