Necesitamos el pensamiento
para vivir pensando,
no para vivir.
Nos hace falta para continuar
con la historia personal
subjetiva e individual,
que los mismos pensamientos
van armando.
Pero no nos damos cuenta,
y al creer que esta vida
pensada es nuestra
y es la única realidad posible.
La alimentamos sin cesar
con nuestro diálogo interno
y aceptamos sus reglas
sin rechistar.
Reglas como la impermanencia,
la enfermedad, la vejez, la muerte,
el karma, el sufrimiento
y demás miserias.
Que limitan y atrapan
lo que verdaderamente somos,
que solo podemos reconocer
saliendo del mundo pensado
a propósito.
Una vez que nos damos cuenta
desde fuera del pensamiento,
de que la vida pensada es lo que es.
Esta no desaparece en la nada
junto con todos sus contenidos.
Sino que en vez de arrastrarnos
sin piedad, nos permite manejarla
hasta que nos deja de dañar.
Luego, en cada uno está
continuar o abandonar sin más
esta forma de vivir.
Ya que la vida
sigue de todos modos
sin la limitación
y la incertidumbre
del pensamiento.