1993.- Recomendar. (29 may 2025)


Nos pasamos
la vida atendiendo
a los pensamientos
y hablando
con nosotros mismos
sobre lo que nos dicen.

De un mundo y de una vida
que ellos mismos
nos definen e interpretan.

Algo así como
ver la televisión a todas
las horas del día.

En el momento
del reconocimiento súbito
de nuestra verdadera naturaleza,
no hay pensamientos.

Nuestra atención
se desprende
de ellos quedando libre.

Pero seguimos vivos,
el mundo sigue también allí
y lo que falta es
la interpretación de sus pedazos,
que ahora son solo uno.

Y el diálogo interno
es substituido por la dicha, la paz
y el silencio, que todo en uno
nos incluye.

Y al relacionarnos
con nuestros semejantes,
notamos que nos miran
pero no nos ven.

Porque están como ausentes,
pendientes solo de sus
contenidos conceptuales,
sus historias personales,
sus pensamientos
y su interminable
diálogo consigo mismos
acerca de los innumerables
pedazos del mundo y sus
absurdas combinaciones.

Mientras tanto,
todo se desarrolla
espontánea y naturalmente
para todos,
sin que ninguno tengamos
que esforzarnos en ello.

A la mañana le sigue la tarde
y a la tarde la noche, caminamos,
posamos la mirada aquí
y allá, sentimos plenitud,
pero no pensamos,
porque no hay cómo.

Hasta que los pensamientos
regresan por sí solos
y lo que nos nació continúa
su ritmo ahora más sosegado,
más consciente y sin que lo
tengamos que provocar nosotros.

Como reconocer
nuestra naturaleza verdadera,
equivale a carecer
de forma estable, eso es
lo que se recomienda
como cura del mundo
y los sinsabores de la existencia.

Ya que al estricto presente
entre lo evidente,
nada añaden los pensamientos.

Pero solo quien ha vivido
el vacío que en realidad somos,
conoce el secreto y lo puede señalar.

El resto son solo entretenimientos,
para hacer más llevadero
el saco de nuestra ilusoria
y a la vez pesada
historia personal.