Desde que nacemos,
nos inculcan unos
determinados contenidos.
Que van creciendo
automáticamente,
añadiendo lo similar
y rechazando lo diferente.
Hasta constituir
un personaje con unas
características determinadas,
condicionado a vivir
en consecuencia.
Cuando naturalmente
lo similar esperado no llega,
sufrimos aunque su ausencia
realmente no dañe.
Y cuando naturalmente
llega lo diferente,
sufrimos aunque su presencia
realmente tampoco dañe.
Ante lo inesperado,
mostramos temor.
Porque nuestro
condicionamiento
hace a nuestro personaje
cada vez más rígido.
Y nos impide
cambiar, aceptar
y asumir lo diferente
con flexibilidad.
Cuando lo no deseado
se nos impone,
entramos en conflicto
con nuestro personaje,
con los demás
y con el mundo.
Un conflicto
más grande y duradero,
cuanto mayor
es nuestro rechazo.
Y esto empantana
y enferma una vida
que nació
espontáneamente
casi vacía.
Y con la capacidad natural
de transitar exitosamente
por la existencia sin más.