La rosa, el mar
y el resto del universo,
están hechos de lo mismo,
comparten su esencia vacía.
Las diferencias solo están
entre los conceptos
de la dualidad del pensamiento.
Que imagina que
cada uno de ellos
es un objeto separado,
percibido por un sujeto
también imaginado.
Y que es la persona
que lleva nuestro nombre
y nuestra historia,
con la que erróneamente
nos identificamos
y creemos ser.
Cuando retiramos la atención
de los pensamientos
y sus ilusorias creaciones,
reconocemos nuestra
verdadera naturaleza,
que es la no dualidad.
Y toda la aparente realidad
tejida por el pensamiento
entre los conceptos,
se muestra como
la ilusión que siempre fue.
Entonces, el universo entero
permanece allí
con todo lo que tenía.
Pero no ilusoriamente dividido,
sino como una sola
unidad que nos incluye
y en la cual no cabe buscar nada.
Porque nada falta,
ni hay que ir a ningún lugar,
porque fuera de este
no hay ninguno.
Y eso produce una
intensa sensación
de dicha y paz.
La plenitud que
desde siempre
hemos sido.
Porque todos y todo,
resulta que somos
lo mismo.