Meditar no es pensar
en algo determinado,
imaginar cosas,
rechazar los pensamientos,
ni vaciar la mente.
Ni siquiera hay que disfrazarse,
ni buscar un lugar determinado.
Puede hacerse mientras realizamos
nuestras actividades diarias,
sin problema alguno.
Se trata en principio,
de prestar atención
a nuestra respiración,
a cómo entra y sale por la nariz
o cómo hincha
y deshincha nuestro pecho.
Nada más.
Ese simple gesto, hará
que nos demos cuenta
de que la atención
suele estar perdida
entre los pensamientos.
Y que la podemos
manejar a voluntad,
para traerla a la respiración.
Pero solo si nos percatamos
de que la atención
ha regresado a los pensamientos
y ha abandonado la respiración,
podremos manejarla.
Cada vez que retiramos la atención
de los pensamientos,
la mente original toma el mando.
Y conscientes de la respiración,
todo nuestro organismo
sigue funcionando.
Y no tenemos problema en ver,
escuchar, o tocar los contenidos
de nuestro entorno
sin confundir lo que son
y sin que la vida en su conjunto
se detenga o desaparezca.
Soltar la atención de la respiración,
para dejarla en libertad,
sin que regrese a los pensamientos,
ni se quede atrapada
en ningún estímulo interno
o externo, es la iluminación suprema.