Intentar detener
los pensamientos
es inútil.
Lo único que podemos hacer,
es no involucrarnos con ellos.
Al principio es imposible,
porque tienen toda nuestra atención
y reclaman todo nuestro interés.
Ya que nuestra vida está centrada
en procurar la supervivencia,
beneficio y progreso
de nuestra persona.
Y en el cuidado de todo
lo que consideramos
querido o nuestro.
Pero tras el satori,
o a fuerza de intentarlo,
bien sea mediante la comprensión,
con la meditación,
la introspección, la devoción
o incluso la permanencia intencionada
en el yo soy desnudo.
Nuestro interés cambia de las cosas,
las personas y los estímulos
del mundo externo,
a la paz del mundo interior.
Así llega un día, en que los pensamientos
y los conceptos ya no nos interesan más.
Porque la mente original
ha tomado el mando,
y la vida se desarrolla por sí sola
en perfecta dicha y paz.
La atención se retira entonces
espontáneamente del pensamiento
y queda en libertad,
al haber perdido todo interés
en el mundo ilusorio
de la historia personal
que trenzaba el pensamiento
conceptual dualista.
Pero esto no anula
nuestra capacidad intelectual,
sino que la incrementa
al servicio de la intuición,
pudiendo resolver al instante
cualquier situación que le competa.