902.- Condenado.



Uno cree que descubrir quien uno es
y alcanzar la iluminación suprema
es lo máximo y lo más placentero
que uno puede lograr en la vida,
hasta que la alcanza.

Porque durante un tiempo
está muy bien eso
de que todo ocupe su lugar
y no haya tensiones,
ni insatisfacciones,
ni deseos.

Pero un día
se revuelven los pensamientos
y uno se sorprende
añorando la vida que tuvo,
queriendo regresar a quien uno fue
y a las cosas como eran,
tan normales, tan asombrosas,
tan corrientes y verdaderas
y ciertas y reales.

Y no se puede.

Ya nada es como era
aunque uno a veces diera
cualquier cosa por que lo fuera.

Y es que vivir es estar dormido,
perdido, ausente de uno mismo,
absorto en imaginaciones,
pensamientos y conceptos,
mientras uno odia, ama, llora, ríe,
salta, corre, grita y sufre
los vaivenes del destino buscando
un alivio inexistente
entre pensamientos baldíos,
a bordo de las propias carnes mortales
que se van deteriorando poco a poco,
como todo lo demás que compone
el sueño de la existencia.

Un dormido puede despertar,
pero un despierto queda condenado
a no dormir ya jamás.