Despertamos de un plácido sueño
y nos damos cuenta de que estamos
sentados en la butaca del cine.
Sin tiempo para reaccionar,
nos llaman la atención la luz,
los colores, las formas y los sonidos
que provienen de la enorme pantalla
frente a nosotros.
El pensamiento comienza a nombrar
e identificar las formas,
a relacionarlas entre sí y a interpretar
la historia que se está representando.
Imaginando su pasado
y proyectando varios posibles
desenlaces provisionales futuros,
algunos de los cuales
son deseables y otros no.
Cuando lo que sucede coincide
con lo que había
previsto el pensamiento,
creemos haberlo
provocado nosotros
y nos alegramos.
Y cuando no,
lamentamos que exista
el destino y nos inunda
una tristeza a la que
buscamos remedio
con nuevos planes de acción.
En ello estamos,
cuando el sueño nos vence
y nos volvemos a dormir.
Llega de nuevo la consciencia
en la vigilia
con el cuerpo y el mundo
y al ponerse esta en movimiento,
se inicia la percepción
y su interpretación
por parte del pensamiento.
Que compara con los contenidos
que va acumulando,
buscando los similares
que producen felicidad.
Y rechazando los diferentes,
que provocan sufrimiento.
Y así un día tras otro,
hasta que la consciencia
desaparece
tan inesperadamente
como apareció.