Todos los que nos rodean
y el entorno que nos cobija,
corroboran nuestros
puntos de vista.
No porque sean
los verdaderos,
sino porque en el entorno
en el que vivimos,
todos hemos recibido
una descripción
del mundo parecida.
O nos hemos mudado
allí donde sostuvieran
una similar a la nuestra.
De lo contrario
nos sentiríamos extraños.
A veces basta
con cambiar de trabajo,
de ciudad o de barrio,
para notar las diferencias.
Y comprobar cómo unos
nos retroalimentamos
y apoyamos a los otros,
para sostener nuestra
realidad subjetiva.
Que en verdad estamos
tejiendo cada uno
instante tras instante.
Para darnos la sensación
de una continuidad
que siempre resulta
ser ilusoria.
Los puntos de vista distintos
nos llevan a reafirmamos
en los nuestros, a luchar
por defenderlos
e incluso a tratar
de eliminar los contrarios.
Sin darnos cuenta
de que ninguno de ellos
es verdadero o equivocado,
aunque sí todos posibles.
El error no es sostener
un punto de vista u otro,
sino sostener alguno.
Pues si bien eso
nos permite armar un mundo
y una persona en los que vivir,
también nos atrapa en ellos
y nos separa de todo lo demás.
Haciéndonos parecer
distintos unos de otros.
Si abandonamos
todos los puntos de vista,
sin que ello constituya
un punto de vista más.
Esto es,
si no tomamos ningún
punto de vista sobre nada,
nos encontraremos
todos juntos.
Diluidos de nuevo entre todo
y perfectamente de acuerdo
entre la tierra y el cielo,
en dicha, plenitud y paz.