Todo lo que percibimos
se transforma sin cesar.
Cambian las formas
como en un caleidoscopio al girarlo.
Sacamos fotos fijas de esa corriente,
conceptualizamos su contenido,
le damos nombre.
Y jugamos con las ideas y las palabras,
como si correspondieran con algo existente,
o como si fueran objetos en sí mismas.
Todo eso forma nuestro yo
y nuestro no-yo,
lo que somos y lo que no somos,
nosotros y los demás
y todo lo demás que no somos nosotros.
Pero mientras que los conceptos
permanecen ligados
a nuestro yo y son objeto de deseos,
odios, gustos, disgustos,
identificaciones y apegos, la corriente,
de la que extrajeron su significado,
sigue fluyendo sin cesar,
sin pasado ni futuro.
Todo,
incluido el yo que creemos fijo y estable,
sigue transformándose sin llegar nunca a ser,
y sin presente al que aferrarnos.